Fuimos nómadas. Durante cientos de miles de años los seres humanos vivimos sin techo fijo, vagando de un lado a otro en busca de alimentos, de agua potable, de otras vistas, de compañeros o compañeras más interesantes o sencillamente de aventura. El nómada, a diferencia del trashumante que recorre caminos que tarde o temprano le llevan a los mismos lugares, sigue un recorrido inusual llevado por su intuición, encuentros deslumbrantes y algunas señales auspiciosas.
En sus orígenes, los nómadas arreaban sus cabras en busca de pastos frescos y cuando los hallaban se instalaban en el lugar hasta agotarlos, o hasta que el invierno los cubriera imposibilitando su consumo, obligándoles de nuevo a moverse si no querían perecer. En el proceso convergían distintos grupos en ciertos valles y la transferencia cultural surgía espontáneamente, ya fuera a consecuencia de una comida compartida, de una guerra, de una orgía, de una fiesta proto-rave con percusión y honguitos, o del botín obtenido con la eliminación del otro.
Hoy, el acceso tanto real como virtual a cualquier lugar del mundo permite que una itinerancia global sea algo perfectamente programable, en una suerte de trashumancia abierta que puede cerrar su círculo sin que el internauta apenas lo advierta. El nomadismo, en cambio, persiste como una opción radical también en la red, si nos atrevemos a transitar fuera de los círculos conocidos, tal como lo ilustrara el conocido viajero y escritor Bruce Chatwin al observar la fogata de un campamento beduino al pie de las pirámides de Giza y comentar su vocación por seguir la marcha en vez de permanecer atados a lo conocido.
Los sedentarios de Internet viven en foros o webs que se convierten en agujeros negros, encerrados, como en aquella novela de Marsé, con un solo juguete... Lo conocido son lugares del ciberespacio que nos llevan a convertirnos otra vez en sedentarios, matando nuestro íntimo deseo de ser nómadas.
¿O acaso este deseo no es tan íntimo para todos? ¿Seremos tod@s herederos, bien de nómadas, bien de sedentarios, bien extraños híbridos, y hoy reproducimos en Internet como en el mundo exterior esos instintos?
La verdad es que en términos evolutivos no hace tanto que nos acomodamos y nos pusimos a plantar verduras en filas bien ordenadas, a enjaular animales para irlos engordando y comérnoslos, a encerrarnos en fábricas, a sentarnos a leer libros y soñar viajes, o a permanecer viviendo otras vidas ante pantallas, sea de televisión o de ordenadores espejo.
Pensadores perturbadores de sedentarios como Bruce Chatwin afirmaron que seguimos siendo, en el fondo de nuestra carne y nuestros cerebros, inquietos nómadas que necesitamos cambiar de escenario de tanto en tanto para no aburrirnos y para mantener sanos nuestro juicio y nuestra vitalidad.
Si Chatwin tenía razón, y pienso que sí, mal andamos, y nunca mejor dicho, porque parece que cada vez caminamos menos y permanecemos más y más tiempo sentados en nuestras oficinas, bares, casas y automóviles. Ahí puede que esté la raíz de algunos de nuestros problemas. Y conste que hablo de los privilegiados. Otros, los nómadas forzados por la necesidad, la guerra, la miseria o las mutilaciones, no tienen nuestra suerte, es decir, tener esta clase de problemas.
Hotel Nómada ::: Cees Nooteboom
Me pregunto, este año en que cumplo una década en el ciberespacio, si hemos iniciado una nueva era de nomadismo cibernético y mental, o estamos sólo ante un hiperlaberinto apenas inaugurado a lo largo de sus miles y millones de pasillos, pasadizos y canales hacia agujeros negros, estrellas luminosas, planetas desconocidos o supernovas. Internet nos ofrece una nueva apertura de fronteras y paisajes que nos devuelve algo de esa libertad perdida en el ocaso de la prehistoria. Quizá ahora que el mundo exterior es más igual y uniformado, las caóticas navegaciones por la red sustituyan el insustituible encuentro físico, saltando de un buscador a un blog rizomático, de un blog rizomático a una biografía beat, de una biografía beat al diario de un cyborg, del diario de un cyborg a un café virtual, de un café virtual a un antro ciberespacial donde escuchar noise japonés... o cualquier otro de los infinitos recorridos posibles en nuestras navegaciones. Volvemos a nomadear solos o en tribus cibernéticas, y no me parece casual que uno de los lugares más interesantes y rizomáticos de la red de redes sea tribe.net.
Puede que sólo sea un sueño momentáneo, pero qué placeres nos produce el ciberespacio en ocasiones, ésas en las que se da otra clase de encuentro a los que producen los verdaderos viajes. Los jefes de nuestras empresas inmóviles se preocupan, porque sus empleados, que parecen tan sedentarios, tan presentes detrás de sus ordenadores, se están pirando, cada dos por tres, mental y virtualmente. Y mientras, en este mismo blog, recordamos a otros nómadas, los beats, en estos comentarios sobre Free Jazz, Rayuela y la Generación Beat.
Si sienten la llamada del nómada en su interior, dejen la red y sus hogares, o no dejen de visitar Interzone y Katarsis, puntos de encuentro, como Rizomas, de nómadas cibernéticos posbeat.
En la biblioteca de Katarsis encontrarán escritos inspiradores como Los vagabundos del Dharma de Jack Kerouac, junto a otros libros escritos por nómadas, sobre nómadas y para nómadas.
¿Somos ahora Los vagabundos del Bit/Beat?